“Al principio, desde donde no podemos contar el principio, en ese tiempo siempre mítico del principio, está la angustia.”  Sören Kierkegaard

 

 

Nadie está exento de sentir angustia. Nadie lo está en toda su vida. Hay algo de la angustia que nos acompaña y refuerza nuestro paso, que sin detenernos del todo nos afirma sobre un suelo que antes ni registrábamos. Si el tema de este libro es encarar la angustia, intentar decir algo de ella, esto no podrá ser dicho si no tenemos primero en cuenta que para la angustia no hay palabras (y sin embargo las hay).El modelo que quisiéramos pro­poner para introducirla es el del despertar de un sueño de an­gustia. ¿Qué ocurre cuando nos despertamos así? De pronto es­tamos ahí, en algún lugar, perdidos, sintiendo angustia y, poco a poco la escena del mundo comienza a montarse, las palabras vienen a tranquilizarnos, nos afirmamos en pequeñas cosas (es­toy en mi cama), el día (¿qué día es hoy?), la hora (¿es la maña­na, o la tarde?), y ya todo está en marcha. Aunque empecemos con preguntas la angustia sin irse se irá nutriendo, y no desapa­recerá del todo. Pero eso es en un segundo momento, al desper­tar y darnos palabras nos damos algo más: un sentido, un moti­vo, una excusa para seguir. Al principio, desde donde no pode­mos contar el principio, en ese tiempo siempre mítico del prin­cipio, está la angustia.

No carecemos de descripciones para la angustia, pero no creamos que ellas dicen algo de ésta, más bien la intentan apla­car, evaporar; casi lo contrario al olvido, que quisiera construirse de silencio, la angustia es el centro de un mandala erigiendo paso a paso todo a su alrededor… necesitamos palabras pero como una ayuda contra esta. Lo que digamos entonces de la angus­tia no solo será engaño, sino hasta ficción (y una ficción nece­saria). Esto es cierto para la intimidad de nuestro despertar o la redacción de un libro.

No se tienen palabras para la angustia y sin embargo nos pro­ponemos decir algo de ella ¿Cómo? Hay gente en este mundo que fue valiente, que se propuso decir algo teniendo en cuen­ta esta dificultad, que no intentó tranquilizar a los otros tratán­dolos como niños bobos. Hubo algunos que frente al pro­blema de decir allí donde no hay palabras, hicieron su esfuer­zo subjetivo de decir, y más, que algo sea dicho. Lacan es uno de ellos, Kierkegaard otro… pero no son los únicos. Ellos nos muestran que parece no existir la posibilidad de hablar de la angustia sin implicarse profundamente, sin tenerse en cuenta y, sin embargo, no es desde una unidad que hablaremos. La an­gustia nos enfrenta no sólo desde donde no hay palabras, sino además cuando no somos más uno, y esa ilusión que decimos yo se muestra como lo que es, un oasis para el sediento en el jus­to momento de llegar.

Psicología 10 – Beppe Giacobbe

Entonces la propuesta de este libro es sostener ese esfuerzo del decir, encontrarse con la dificultad y no evitarla, no arrojar­la por la puerta para que entre por la ventana .Y vemos ya que esta metáfora de nosotros como una casa resulta ser exacta, pues la angustia es algo que se presenta justamente allí, en nues­tra casa, en nuestra familiaridad (heim rescata Lacan de Freud), de cuyo sentimiento, lo ominoso, sabemos mucho más. Actual­mente parece haber un culto a esto. Lo vemos en las películas, las de horror, las de miedo, pero también en las otras: es el sus­penso. Ya el miedo es el establecimiento de algo que soportamos mal, el horror es la detención, casi un alivio de eso que nos man­tiene en vilo: es el suspenso. El suspenso es el terreno fértil para la angustia, aunque ésta no necesite de aquel indefectiblemente, pues su talento es el aparecer, no el quedar suspendida. Nuestra sociedad demanda suspenso, tiene sed de aventuras, pero con el interesante agregado de que para eso ocurra ha de ponerse el cuerpo otro. En su tranquilo reposo el hombre quiere ver pasar la vida como una película terrible que aún tiene algo que lo conmueve. La angus­tia nos levanta de allí donde estamos, como decíamos, nos des­pierta y, si queremos, luego de ella ya nada será igual.

Asimismo intentaremos un recorrido por las obras de dis­tintos autores que cuando hablaron de la angustia transmitie­ron algo de lo que en ellos había despertado; y a la vez ofrecer nuestra experiencia de  encuentros con la angustia —en los casos clínicos que aquí relataremos—, para que la misma no sea solo un asunto de profesionales, sino de todos… para morta­les. Asegure su recorrido, no está dicho que no habrá desvelos.

All principio: Un nuevo principio

 

“La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir.”

Sigmund Freud

 

Vivimos en una época que no carece de dificultad. Pese a lo que los hombres consideran avances a nivel científico, la meta de la vida no es más satisfactoria ahora que hace cien años. En algún momento creíamos que aquella era la felicidad, quizás hoy sea solamente vivir… seguir viviendo… sobrevivir. La sobrevi­da —extremar la fantasía de la inmortalidad— nos atrae como la succión de un inmenso tsunami pronto a estrellarse. Quere­mos ese padecimiento para siempre ¿para qué?

La dificultad de nuestra época no es menor a la de tantas otras, pues hay un dato que seguimos arrastrando a nuestro paso como dicho tsunami: necesitamos principios. Inicios. Ver dónde todo comienza. Si antes, en ese lugar, depositábamos sa­biamente el uso de los mitos, hoy la religión y la ciencia inten­tan colmarlo (ciertamente el psicoanálisis hizo su uso de esto, claramente buscando la causa). Más tarde o más temprano esos dos discursos se unirán para crear el universo increado, una ex­plicación científico-religiosa.

La particularidad del hombre es que busca en sus raíces como el árbol que se alimenta y afirma. Queremos un inicio, y por lo mismo inventamos un final. El 2012 fue un año necesitado de finales. Cada lluvia, cada tormenta, cada granizada, lo confirma­ban. Algo se acerca, algo que nos mantiene atentos y angustiados.

Lo que traemos desde épocas inmemoriales (pero que se constituye en nuestra memoria) es ésta necesidad de génesis y apocalipsis. Y sin embargo ese ciclo, extremado en esos puntos, que nos trasvasa, se conjuga día a día, en cada vida.

Como los niños inventamos teorías que nos expliquen los traumas de la vida o, sin ir lejos, sus enigmas. Freud los pre­sentaba a veces como muerte y sexualidad; hambre y amor. Se­guimos respondiendo con la producción de miles de insípidas, efímeras y precarias verdades, adosadas ahora a todos los obje­tos que poseemos; cuando en verdad, como Cortázar sabía de­cirnos, somos nosotros los poseídos por los objetos… incluyen­do las palabras.

Inseparabili – Beppe Giacobbe

Hay algo que no pudo ser dicho, nombrado, algo que desde cada intento quedó boyando, sin explicación, algo que en el psi­coanálisis nació como pulsión, deriva, y que con Lacan llama­ríamos goce. Y en cada sesión, en cada análisis, en cada época, eso mismo fue trabajado, incluido, puesto a prueba… sus efec­tos nos han llevado a labrar sendas teorizaciones, por sus efec­tos los psicoanalistas aún hoy nos animamos a hablar a un pú­blico que no reúne sólo psicoanalistas. Desde Freud decimos que hay algo incurable, intratable, algo que persiste.

Las lecturas de Lacan, las personas con las que realizaba las mismas, su clínica además, lo fueron acercando a llamar ese algo como lo Real. Algo que Bataille nombró como imposible.

Estamos con este último cuando nos preguntamos por aque­llo que debería regir una vida: “¿por qué medios apacigua en sí mismo el deseo de serlo todo?”;  y si incluimos la respues­ta que podríamos dar —esa explicación que transitaríamos— con esta afirmación: “No lo somos todo…”1. No sólo preguntar­se por ese deseo de serlo todo, sino también por qué medio en­caramos la cosa cuando sabemos que no lo somos. Vale la pena entonces la cita entera:

“No lo somos todo, incluso no tenemos más que dos certezas en este mundo, ésa y la de morir. Si tenemos conciencia de no serlo todo como la tenemos de ser mortal, no pasa nada. Pero si carecemos de narcótico, se revela un vacío irrespirable. Quise serlo todo. Si desfalleciendo en ese vacío, pero reuniendo valor, me digo: «Me avergüenzo de haber querido serlo, pues, ahora lo veo, eso era dormir», a partir de entonces comienza una experiencia singular. El espíritu se mueve en un mundo extraño en el que coexisten la angustia y el éxtasis.”2

Encarar el tema de la angustia nos acerca al problema de los principios3.Otto Rank lo ha llevado tan atrás en la vida humana como pudo, y la ancló en el nacimiento, consolidándola como modelo de toda angustia posterior, proponiéndola incluso como trauma. ¿Se puede ir más atrás? ¿Se hablará de angustia intrau­terina? ¿Por qué no? Si la angustia es un afecto (como Freud y Lacan resaltan), nos podríamos preguntar ¿de qué manera ese cuerpo vive sus afectos? Y hemos caído en la trampa. ¿Importa ir tan lejos? ¿Meternos en el propio útero e indagar allí? La an­gustia surge, emerge, vive, en un cuerpo. Lo que podamos decir del mismo afectará lo que digamos de la angustia. Una concep­ción de la angustia parece no poder separarse de cierta noción de cuerpo, más si contamos con el cuerpo de la madre además.

Con Freud la angustia tiene cierta relación con un objeto, un objeto perdido (la madre, se pensó, alguna vez); tiene que ver con la separación, con el desamparo. Pero también la angustia tiene un estrecho vínculo con cómo la tramitamos: el deseo, la fantasía, la palabra, nuestra mitología, son sólo uno de los mo­dos; el éxtasis.

Deberíamos acostumbrarnos a nombrar la angustia como an­gustias, porque necesariamente no es todo lo mismo. En cada etapa del desarrollo anímico hay una angustia adecuada para dicha etapa (y también la posibilidad de una inadecuada)4. Y también en cada etapa hay diversas formas de tratarla. Inclu­so la represión es desde ya una de sus formas. Esto es como de­cir que sin angustia no habría represión, y por lo mismo cons­trucción de un yo.

Y sin embargo la angustia no es una enfermedad. No es como la gripe, que cuanto más la padeces más te inmunizas en el fu­turo, siempre el futuro… la angustia está allí también esperán­donos. En el futuro está la muerte. El apocalipsis. La otra esce­na que nos contempla: cielo, paraíso, infierno. Pero de las an­gustias que queremos hablar son de esas que se conjugan en la vida, se resuelven en la vida, con las que se intentaría hacer algo en vida. Una vida más vivible, con alguna que otra satisfacción. Una vida que dejaría de ser sueño.

No es todo lo mismo. No todo está creado. Con la angustia se inventa siempre algo nuevo.

Paciente —Vengo porque no puedo más con mi angustia —dijo M. de 75 años.

Analista —¿Hace cuánto que la siente?

Paciente (Piensa.) —Creo que desde que nací. (Ríe.)

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Sobre los Autores

Nicolas Cerruti:

Es psicólogo U.B.A. Psicoanalista en el Hospital José T. Borda (ex concurrente)
Supervisor y formador (f teórico-clínica de casos).Miembro de ‘EntreLíneaspsi’. También es coordinador de la sección de Psicoanálisis y Literatura del portal ‘ElSigma’ orientado a la difusión del Psicoanálisis. Recientemente publicó la novela “La Voz en Off” (2012 Editorial LetraViva)

 

Florencia Fracas:

Es Psicóloga de la  U.B.A. Psicoanalista y Miembro Fundadora de ‘EntreLíneaspsi’  (http://www.entrelineaspsi.com.ar/). También es Coordinadora de la sección de Colaboraciones del portal ‘ElSigma’, orientado a la difusión del Psicoanálisis.